A Ennio Morricone le disgusta que la mayoría del público le siga reconociendo sólo por sus spaguetti-western, un 7’5 o 8 por ciento de su obra. Pero durante los sesenta y setenta fue de lo más tarareado y difundido entre los aficionados, o los que ni siquiera conocían sus películas.
Sin contar que junto a su amigo Sergio Leone estaban revolucionando temática y estilísticamente un género, el del western. Por su parte, se desmarcó de las tradicionales músicas más locales y, más allá de la territorialidad, le otorgó un sonido único y el sentido de “temporalidad”. Para captar ese periodo con toda su dureza, agresividad y tosquedad, incorporó sonidos contundentes y primitivos como gritos, golpes de yunque o silbidos, que sin duda habrán hecho las delicias de Martin Scorsese en, por ejemplo, “Malas calles” o “Gangs of New York”.
Pero en el interior de Morricone latía más, mucho más, que el ruído y la furia. Había melancolía y, sobre todo, una palabra clave para reconocer su música, y esta es: “cuore” (corazón… y sentimiento). “Días del cielo” (1978), de Terrence Malick, suposo su primera nominación a los oscar, compitiendo con John Williams ("Superman"), Jerry Goldsmith ("Los niños del Brasil") y Dave Grusin ("El cielo puede esperar"), pero el oscar fue para Giorgio Moroder y "El expreso de medianoche". Se hace difícil elegir entre los temas "Harvest" (inluenciado por Camille Saint Säens y su “El carnaval de los animales”) o “End”, pero, al final, les dejo con el segundo (
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